La Prevención de los Riesgos Laborales desde Roma hasta la España actual

8. CONSIDERACIONES COMPLEMENTARIAS PREVENTIVO-LABORALES EN EL ENTORNO ESPAÑOL, DE CARÁCTER SECTORIAL 501 que se mantuvo en el tiempo, debido, sobre todo, a la falta de alternativas para la población trabajadora. Tradicionalmente, el medio rural ha sido un entorno hostil para el trabajador, que debía hacer frente a un número considerable de riesgos, derivados tanto de las funciones que desarrollaba y de la relación de especial dependencia con el ― señor ‖ o con el patrono, como del medio, especialmente duro, en el que desarrollaba su trabajo, sometido, entre otros muchos factores, a los rigores climáticos. En estas condiciones, el trabajador del campo no tuvo más opción, que buscar apoyo en un cierto sentido de solidaridad, entre iguales o entre vecinos, aprovechando las mínimas posibilidades, que le permitía el entorno en el que vivía. Uno de los mecanismos, que podría relacionarse con las primeras formas de asociacionismo rural, son la constitución de las cofradías, que fueron surgiendo ya en el siglo XI, en torno al culto a distintos santos, que basaban sus sentimientos de atención al necesitado, en los valores de la caridad cristiana. Poco a poco, este tipo de relación entre personas, que mantenían un vínculo y un conjunto de afinidades sociales o religiosas, fue desembocando en un tipo de asociacionismo, dirigido atender a los asuntos relacionados con la organización del trabajo, con las formas de producción o de explotación de las tierras, y con el papel que desempeñaban los trabajadores en este proceso. Asimismo, desde estas plataformas, que podrían considerarse como el embrión, de las primeras sociedades agrarias y en algunas ocasiones ganaderas, se fueron estableciendo incipientes formas de auxilio colectivo, ante una serie de contingencias, relacionadas con los aspectos sociales, que incluían las enfermedades o los accidentes, derivados de la propia actividad laboral. El carácter, muchas veces religioso, de estas asociaciones, permitió su permanencia en el tiempo, manteniéndose incluso frente a la aparición, en el siglo XVI, de las hermandades de socorro, o al establecimiento de los Montepíos en el siglo XVIII, siendo la base sobre la que se asentó, hasta el siglo XIX, una forma de mutualismo obrero de previsión social, que conservó unas características especiales y diferenciadas de lo que posteriormente fue el mutualismo industrial. A finales del siglo XIX y al amparo de la Ley General de Asociaciones de 1887, aparecieron las primeras asociaciones de agricultores y ganaderos, las denominadas

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